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A las 6 y pico

Pakito

Los madriles

En otras ciudades a las que uno puede viajar impunemente si dispone de dinero, se puede comprar el callejero y decir: "he aquí la representación esquemática de una realidad objetiva".
A los visitantes ocasionales, las apariencias y las costumbres adquiridas en sus lugares de origen pueden engañarles, y llegan a creer que en Madrid sucede lo mismo. Sin embargo, basta con echar una mirada un poco crítica a ese plano para sospechar que algo falla. Con sus calles enrevesadas y su río pobre y marginado (un río que está a medio camino entre río y ausencia de río) cuesta mucho trabajo creer que tal ciudad sea posible.

Creo que ha llegado la hora de que se sepa fuera de las fronteras de este sueño colectivo: Madrid no es una ciudad objetiva, sino una maraña de ciudades subjetivas que se entrecruzan y habitualmente se ignoran (hasta que colisionan por casualidad). Hay madriles hechos de horas de oficina y reuniones, que de pronto se chocan con una cuidad de novela de espías, a la vez que ya se aproxima un Madrid festivo para acabar de cambiar todo de lugar y crear una ciudad de tedio de espías y misteriosa burocracia. Los callejeros de Madrid son acuerdos, meras convenciones que se establecen para que las distintas ciudades no se pierdan, y puedan seguir colisionando.
Madrid está hecho de miradas fugaces, de recuerdos incompletos y de enormes espacios vacíos donde sólo nuestra más firme voluntad de creer en la urbe puede poner calles.
Cuando alguien de fuera pregunta a un madrileño cómo se llega a cierto lugar, éste creará nuevas calles, parques, plazas y papeleras para el visitante. Mientras le indica que la primera a la derecha, luego siga unos cien metros y verá un semáforo, parecerá que se esfuerza en recordar: en realidad hace algo aún más difícil, inventa. Como el madrileño desconoce las expectativas que el visitante tiene del lugar que busca, jamás le indicará todo el camino. Le dejará abandonado en alguna glorieta o avenida, diciéndole que "allá pregunte". Tendrá que ser el propio visitante quien, después de atravesar los ensueños de varios madrileños y cansado ya de buscar, invente su propio lugar de destino.

Esto, que puede ser una molestia para el turista acostumbrado a las ciudades sólidas, tiene su encanto para aquel que ha aprendido el juego de perderse en Madrid y recorrer las calles según uno se las va inventando, poblándolas con detalles en apariencia insignificantes (aquí un cubo de basura lleno a rebosar, en la que sale hacia la derecha una tienda de sombreros y allá un gato...). Detalles que, pese a su aparente insignificancia, van colmando misteriosamente las necesidades estéticas, éticas y metafísicas del paseante.
También es muy popular en Madrid el juego de la memoria. Se dan casos prodigiosos: barrios enteros condensados en una sola mente, que es capaz de evocar cada adoquín, cada hoja de árbol, cada desperfecto en la calzada, y, en fin, cada centímetro cúbico de un barrio que probablemente no contenga nada más notable que sus centímetros cúbicos. Este juego mnemónico es peligroso, pues puede crear adicción. Se conocen casos de madrileños que, habiéndose mudado a otras ciudades perfectamente reales y tangibles, han preferido vivir muchos años en sus recuerdos de Madrid.

En esta ciudad enteramente imaginaria, hay habitantes que aún se obstinan en buscar el Madrid real, aunque a la mayoría nos parezca una entelequia sin ningún fundamento. Hay quien afirma que la Puerta del Sol es un lugar objetivo, tan solo porque es el lugar que pertenece a más madriles. De hecho, casi podría hablarse de consenso, pero esto no es lo mismo que realidad objetiva. De todas formas, hay quien se agarra a esta mera apariencia de objetividad para ir aún más lejos: quieren convencerse de que, de alguna manera, todo fluye desde este pretendido centro real. Afirman que, si uno sigue la numeración de las calles madrileñas en orden descendente, siempre acabará en la Puerta del Sol. He de confesar que no lo he comprobado, pues sería imprudente hacerlo. Todo el mundo sabe que, cuando uno se abandona a calles inventadas por otros, corre el riesgo de caer en una trampa. Por ejemplo, bastaría inventar cuatro calles que formen un cuadrado con los números dispuestos de tal modo que uno entre en un bucle infinito, y quede para siempre atrapado, buscando eternamente la Puerta del Sol. De todas formas, aunque fuera verdad la afirmación que se hace acerca de la numeración de nuestras calles, más que un orden parecería una especie de fórmula mágica o encantamiento: Uno va restando a lo que es, hasta llegar al Cero Absoluto (o Kilómetro Cero, o la Nada, o la Muerte). Allí se encontrará con un lugar llamado Puerta del Sol, nombre que evoca rituales paganos.

Una historia común

Todo empezó, como sucede en tantas ocasiones, con las apuestas ilegales. Suena casi a tópico describir la fascinación de la juventud con las peleas de dromedarios contra centauros, elfos contra dragones, perros contra rinocerontes alados, o mismamente las luchas del hombre contra sí mismo, contra los demás, contra la naturaleza y contra Dios. Pronto llegaron, como siempre, los beneficios fáciles e inmediatos, el dinero corriendo a raudales. Las monedas y los billetes le salían por los poros, y un día se despertó con un árbol de yenes (es decir, un yenal japonés) creciéndole en la oreja izquierda. Vestía costosos trajes con miles de millones de bolsillos, cada uno de los cuales albergaba miles de millones de sub-bolsillos. Su audacia, como su abundancia de bolsillos, no conocía límites. Vivía aquí y allá, un día estaba en Leganés, y otro día en un refugio secreto en lo más alto de una montaña muy alta, pero mucho, para aparecer dos días después en un casino de Ohio (o Winsconsin, que es lo mismo). Siempre huía de los ejércitos de polichinelas que le perseguían, y de los enjambres de abejas en los que se transformaban cuando estaba soñando. Sin embargo, esta huida perpetua no le impedía asistir a las fiestas más elegantes, aquellas que convocaban los nobles, y otros vertebrados adinerados. Organizó unas cuantas peleas insólitas, que fueron muy comentadas en los bajos fondos de las ciudades portuarias, en los traicionaderos, en los gangsteródromos y en las plazoletas: Jesucristo contra el Minotauro, la Madre Tierra contra los melocotones en almíbar, los insectos sin alas contra los insectos con alas... Nada era sagrado, y eso acabo perdiéndole:

El día que organizó la pelea final, Dios contra el Demonio, puso todas las esperanzas en un Dios vencedor y un Satanás volviéndose a su infierno con el rabo entre las piernas. Todo un éxito publicitario. En el último momento, sin embargo, pasó lo que tenía que pasar. Dios se achantó, se volvió a su cielo y llamó a sus abogados. Se reunieron con los abogados del Diablo, y decidieron denunciarle a las autoridades.

Hoy se marchita deprisa mientras el tiempo pasa muy muy despacio, tiene una barba larga y blanca, le faltan dientes, y no tiene ni un solo yen que llevarse al bolsillo, ni un solo bolsillo para albergar toda su fortuna, sus cero yenes, que un día, sin duda, acabará perdiendo.

Mi amiga soñada

Para Nofret

Yo no sé si existe un Dios o fuerza sobrenatural que ayude a la gente buena. Si así fuera, me gustaría hablarle de una amiga soñada que sueña con vivir junto al mar. De una amiga de lejos a la que siento muy cercana...
Quisiera hablarle de una chica alegre y risueña, siempre dispuesta a reirse de sí misma y a pintar los malos momentos con la mejor de las caras. De alguien capaz de inundarte con su ingenio hasta hacerte reir con alegría, o de transmitirte su melancolía, hasta convertirla en tu propia melancolía.
Yo quisiera hablarle al Dios anhelado, de una amiga a la que ojalá pudiera yo enviar un trocito de mar, sólo para pedirle que la cuide.

Reflexiones dominicales (V)

1 – Respuestas de los lectores

Me parece que merece la pena citar a las personas que respondieron a los temas planteados hace dos domingos (sí, de nuevo perdí un domingo para estas reflexiones, ganándolo, todo hay que decirlo, para otras cosas).

Sobre el humor:

“Y ¿qué hice? mantuve la compostura, saludé respetuosamente, salí muy seria del almacén y, ya dentro del coche, me desternillé de risa. Y entonces recordé mis ataques de risa juveniles. Vaya vergüenzas que he pasado! es que no concebía eso de "guardar la risa para después" , si algo era gracioso, lo era ahora. Y si me daba risa, me daba ahora. ¿guardar la risa para después? ¿cuándo aprendí a hacer eso? no sé, pero hace mucho. ¿Es esta risa tardía igual a la espontánea de la adolescencia? yo creo que no, yo creo que es sólo una pobre imitación.”
Nofret

No sé cuándo aprendemos a guardar la risa para después. Quizá cuando nos lo impone la sociedad, o cuando nos damos cuenta del poder destructivo de la risa. O ambas cosas. La risa puede quitarle la careta al mundo, descubrir el absurdo detrás de las convenciones de la sociedad, desnudar a los solemnes. Por supuesto, estas cosas están mal vistas, lo que no está claro es hasta qué punto uno mismo querría esos resultados. Estamos acostumbrados a llevar nuestra máscara, y tenemos miedo de descubrir lo que hay debajo. Sobre todo, porque quizá no hay nada.

“Bueno, yo sobre el humor literario tengo una teoría. Creo que existen vivencias, cosas, situaciones que realmente nos superan. Son demasiado, de una manera o de otra. Demasiado duras, demasiado sentidas. O tal vez inquietantes, sin que sepamos muy bien por qué.
Son como un cortocircuito.
Y creo que las "masticamos", mejor o peor, pasándolas por el tamiz del humor. Es una manera de actuar inconsciente, muchas veces.”
Sinfo

Estoy de acuerdo: la risa, de alguna manera, es una forma de entender el mundo, algo que no tiene nada que ver con la razón, pero que cumple la misma función: aceptar las cosas, asimilarlas. La misma razón es bastante risible, pero claro, la risa, como respuesta ante el mundo, no es razonable.

“Me viene a la mente un momento de mi vida, en el que estábamos cenando mis hermanas y yo junto a mi madre. Zenaida tendría 13 años, Alicia 9 y yo 12; sin saber por qué, nos miramos y nos pusimos a reir, no podíamos parar, aquéllo fue un ataque de risa en toda regla. Mi madre se iba enfadando, y nos gritaba que paráramos (no me extraña, su mosqueo debía de ser impresionante) y más risa nos daba a nosotras. Creía que de esa me moría de la risa. Fue bonito.”
Stuffen

Sin duda, lo fue. Y qué mejor prueba de que no hacen falta razones para reír. Y qué mejor prueba de que estas reflexiones son totalmente innecesarias.

Sobre el compromiso del escritor:

“El compromiso que yo siento cuando escribo es poder transmitir lo que estoy sintiendo, poder mostrar con la mayor fidelidad posible lo que estoy viendo en mi mente (no es que lo logre, sólo lo intento)y no sólo para los demás, también para mí.”
Nofret

Es interesante la distinción entre el compromiso con los demás, y el compromiso con uno mismo. En cualquier caso, el compromiso, para esta princesa egipcia, se presenta relacionado con la sinceridad. ¿Qué decir acerca de la literatura (o el arte en general) y su relación con la verdad? Sólo apuntar la paradoja inmemorial: buscamos la verdad en la pura invención, un reflejo de la realidad en lo que a su vez trata de separarse de ella...

“Respecto al compromiso, sí, se puede escribir sin intención de comprometerse; pero también es verdad que somos un producto de la sociedad en que vivimos y que eso se trasluce en nuestros escritos.”
Sinfo

Compromisos y risas, todo mezclado:

Esto me hizo gracia:

“Debo comunicarle que me ha sido transferido el mando absoluto. Su experimento va a ser bombardeado de un momento a otro por un rayo isotrónico.

El compromiso: ¿Cómo se atreve sin haberlo adquirido?

Pd: Advertencia a la población civil;

-A partir del bombardeo de partículas isotrónicas observarán en su conducta, risas incontroladas y compromiso veraz y comprobable.Vayan buscándose otro trabajo.

El mando.

Justificación del bombardeo:

jajajajajajajajajajaja........”
Genherhal Torrijonsky

2 – La soledad

La soledad es como una celda en la que estamos encerrados. Damos vueltas y vueltas buscando una salida, una grieta, fantaseando acerca de túneles inviables, hasta que un día nos damos cuenta de que los muros, en realidad, son de cartón-piedra.

3 – Basta ya de matar niños

Queda planteado el título, y la idea, para su posterior elaboración:
¿Por qué me atraen tanto las personas que han vivido, que tienen sus experiencias y han madurado, pero que conservan casi intacta su inocencia? Quizá porque la inocencia es mágica, pues nos permite descubrir el mundo a cada instante. En los niños, esa inocencia es quizá demasiado obvia, en cualquier caso no tiene mayor mérito. Sin embargo, con tantas cosas que nos empujan a matar al niño que fuimos, sí es meritorio dejar que sobreviva.
(Por cierto: el infanticidio está muy mal: ¡basta ya de matar niños!)

Agradecimientos

A los lectores que me han escrito la mitad de la entrega de hoy. A la persona que me ha inspirado los puntos 2 y 3.

El gusanito

El gusanito Sigo teniendo un gusanito de duda, y no deja de ser un gusanito al que invito una y otra vez y sigo invitando a que me deje la cabeza toda llena de agujeros. Agujeros que no dejan de ser, por otro lado, la parte más auténtica de mi ser. Y me importa que me digan "oye, tienes la cabeza llena de agujeros", porque entonces les miro como si fuera el gusanito, ellos me invitan a que les agujeree la cabeza, y yo no puedo negarme porque ya soy el gusanito o la duda. Sigo siendo un gusanito con un gusanito dentro, un cerebro agujereado que come cerebros, pero tampoco dejo de ser el agujero que dejó el gusanito.

Sí, estas son cosas que pasan. No se trata de literatura fantástica. En medio de una vida de lo más normal, uno va a comprar el pan, se hace la cama, ríe, friega la cocina o escribe, y entonces se da cuenta del gusanito, de que tiene la cabeza agujereada, y de todo. Entonces, uno es un gusanito, o un agujero, o una duda que compra el pan, se hace la cama, ríe, friega la cocina o escribe.

Claro, que el gusanito no es sólo agujero, vacío, o duda, porque entonces no podría ser gusanito. El gusanito también tiene sus certezas. Por ejemplo:
Uno siempre está solo, o perdido, o ambas cosas.
La vida tiene que ser algo más que ir a comprar el pan, hacerse la cama, fregar la cocina, escribir, e incluso reír.
Estar llena de agujeros es el estado natural de una cabeza.
Existe algo que deberíamos comprender, pero no podemos comprenderlo.
La única salida es ser gusanito.

La vida (miniteatro alegórico)

El escenario está oscuro. Lentamente se van encendiendo las luces y se ve que hay dos personajes, en un escenario vacío (para favorecer la movilidad): la Vida y el Hombre.
El Hombre puede ser sustituido por una mujer, un niño o una niña.
La Vida puede ser representada por un hombre, una mujer, un niño, una niña, un hombre y una mujer, un niño y una niña, un hombre y una niña, una mujer y un niño, un chimpancé amaestrado, un batallón de chimpancés amaestrados, una marioneta, etc.


ACTO ÚNICO

(El Hombre se mueve por el escenario rápidamente, paseando de un lado a otro, como nervioso; la Vida le sigue, sin quitarle la vista de encima)
HOMBRE: ¡Ah, la vida, la vida!
(El Hombre se detiene y vuelve su mirada hacia la Vida; ésta gira la cabeza, turbada; el Hombre se encoge de hombros y vuelve a pasear por el escenario, mientras la Vida le sigue como antes)
HOMBRE (deteniéndose y volviéndose hacia el público; la Vida sigue mirando al hombre): ¡La vida lo estropea todo!
(se reanuda el paseo y la persecución, hasta que vuelve a detenerse el Hombre)
HOMBRE: Uno tiene sus planes... (Saca un papel del bolsillo y se lo entrega a la Vida) ¡Pero la vida los lee al revés!
(Efectivamente: la Vida mira el papel que le ha entregado el Hombre y se vuelve hacia el público, que puede leer "Plan" escrito al revés en el papel)
HOMBRE: ¡La vida es una torpe! Lo estropea todo.
(La Vida manosea el papel hasta dejarlo todo arrugado; el Hombre ve esto, baja la cabeza, y vuelve a pasear por el escenario; la Vida tira el papel al suelo, y sigue al Hombre)
HOMBRE: Y lo peor de la vida... lo peor es que ¡Nunca dice nada! (Se detiene y se vuelve hacia la Vida, que gira la cabeza, turbada) (gritando, bastante exaltado) ¿Por qué arrugaste el papel que te di?
VIDA: ...
(El Hombre se encoge de hombros y sigue paseando)
HOMBRE: Claro, que hay quien dice que aprende lecciones de la vida... (se vuelve hacia la Vida, que gira la cabeza, turbada) ¿Qué opinas de eso?
VIDA: ...
HOMBRE: (gritando) ¡Eh! ¿No dices nada?
VIDA: ...
HOMBRE: (gritando más) ¿Qué lecciones tienes que enseñarme?
VIDA: ...
(El hombre crispa los puños, avanza hacia la Vida, que retrocede un par de pasos; el Hombre se queda mirando a la Vida, que esta vez sostiene su mirada; el Hombre tiembla, de pronto se da la vuelta y sigue paseando por el escenario, más rápido que antes y dando grandes pasos)
HOMBRE: (gritando y con gran patetismo) ¡Y que a pesar de todo uno tenga que encariñarse con esta torpe, con esta sorda, con esta... vida!
(El Hombre sigue paseando un rato por el escenario y la Vida le sigue, hasta que de pronto se da la vuelta y abraza a la Vida; ésta sonríe un segundo, y luego aparta al Hombre delicadamente; éste mira un segundo a la Vida - que le sostiene la mirada -, y luego se da la vuelta y pasea por el escenario, mientras la Vida le sigue sin quitarle la vista de encima, y las luces se van apagando poco a poco)

FIN

Todo un mundo

Todo un mundo Todo un mundo comienza más allá de las puntas de mis pies. Lo reconozco como mi mundo, y entonces tengo que caminar. Pero por mucho que camine, mi mundo sigue comenzando más allá de las puntas de mis pies. Entonces tengo que correr, pero me canso, y el mundo sigue estando más allá de las puntas de mis pies. Y camino y camino y la arena del desierto está muy caliente, y el hielo del norte muy frío, y el agua muy mojada, y en algún punto del camino descubrí que los zapatos son una mentira, y entonces descubrí que una mentira no puede envolver unos pies, y que la arena del desierto está muy caliente, y el hielo del norte muy frío, y el agua muy mojada.

Mis pies se resienten, pero siguen caminando, y siguen y siguen porque el mundo sigue estando más allá de sus puntas.

Reflexiones dominicales (IV)

1 - Un experimento poco serio

Una lectora se preguntaba, en un comentario a la segunda entrega de esta serie de reflexiones dominicales, si es serio eso de plantear estos escritos como un "experimento". Es serio y no lo es: supongo que cualquier obra literaria es, en cierta medida, experimental: uno se pone a escribir sin saber muy bien qué es lo que resultará de sus esfuerzos. Precisamente, se trata de averiguarlo. En este caso planteo explícitamente el experimento como un juego con mis lectores. Un juego con sus reglas, unas reglas explícitas que trato de cumplir al pie de la letra, aunque no siempre me resulta posible (véase la entrega anterior). De todas formas, estas transgresiones no tienen mayor importancia. El juego, y el experimento, se sostienen en la interacción con el lector, no en las normas accesorias. En fin, se trata de compartir mis textos con quien quiera leerlos de una forma que es nueva para mí, pues normalmente un texto es algo acabado (al menos provisionalmente) cuando se entrega a los lectores.

Aquí, se trata de que los lectores, con sus comentarios y sugerencias, participen en la construcción del texto. Por ejemplo, algunos, comentando también la segunda entrega, han sugerido que limite la extensión de mis textos semanales. Aunque no respondí en la tercera entrega, de hecho sí me propuse limitar su extensión, y en adelante continuaré haciéndolo. La objeción plausible a una medida tal, también expresada por un lector, es que podría frenar mi creatividad. Ignoro si mi creatividad necesita libertad para explayarse o más bien excusas para no hacerlo. En cualquier caso, se me ha ocurrido una idea: trataré de limitar cada entrega al tamaño de la primera (tres páginas aproximadamente), y, si aún me quedan ideas por desarrollar, las apuntaré brevemente en una sección aparte, dejando la posibilidad de desarrollarlas más adelante. De esta manera, no sólo evitaré restringir en exceso mi creatividad, sino que además daré una oportunidad a los lectores que así lo deseen para participar más activamente en el juego que estamos jugando: quien lo desee, podrá dar su opinión acerca del tema planteado, y aportar sus ideas, que yo gustosamente plagiaré... digo citaré.

2 - El humor

El humor atraviesa al ser humano y llega a todos sus rincones. Hay quien nos dice que debemos tener sentido del humor, como si esto no fuera una fatalidad. En más de una ocasión, una broma y la subsiguiente carcajada me han arruinado una indignación cuidadosamente construida. Por supuesto, hay quien lleva la risa a flor de piel, y hay quien la lleva más oculta. Hay todo tipo de risas.
El humor nos atraviesa, y participa de lo bueno y de lo malo. Se puede reír bien o mal. Se puede reír muy mal. El vencedor puede reírse del vencido, y así hacer aborrecible su victoria. La burla es un arma temible, y con frecuencia también es una bajeza. A veces uno ríe para no llorar, cuando lo que debería hacer es llorar. A veces la risa es sólo una máscara que nos separa del mundo y nuestros semejantes.
Pero también se puede reír bien. Es sano, ejercita los músculos de la cara, y seguramente hace otra cosa. Se puede reír muy bien. Me hacen gracia los que recomiendan la risa como hábito saludable, como si tuvieran que recurrir a esos argumentos para convencerme. La risa es un placer único y misterioso, que no puedo comparar con ningún otro placer. Eso me sugiere que hay algo muy profundo en mí que ama la risa, como si estuviera hecho para reír (entre otras cosas). Es algo muy íntimo que a la vez quiere expandirse y tocar al otro: las risas compartidas son una de las formas de comunión más dulces. Todos tenemos grabadas en la memoria risas ajenas que nos resultan especiales, y cuando recordamos tiempos pasados con un amigo, a menudo exclamamos con nostalgia: ¡vaya risas que nos echamos! Uno llega al mundo con las herramientas de la razón y la percepción, y con el poder de la risa. Entonces, un día el mundo se nos vuelve extraño (vamos en el coche con nuestra familia, ¡y qué prisa tienen los árboles, cómo corren hacia atrás!) y la razón no puede aceptar lo que percibimos: entonces, llega la risa reparadora, que reduce el universo a un tamaño humano, que nos acerca el mundo sin necesidad de comprenderlo. La risa también puede ser una comunión con el mundo.

Comunión o escape, risas compartidas o risas solitarias. Locos que ríen sin motivo aparente. Risas moderadas como aconsejaban los clásicos. Risas alegres y puras, o risas amargadas, risas agresivas... Cada risa es un mundo nuevo, un mundo en el que los árboles de pronto echan a correr, ¡y dónde irán los árboles con tanta prisa! Y cada mundo es gracioso, porque suceden cosas como esa, y entonces nos volvemos a reír, y a burlarnos del mundo, y a hacerle cosquillas. Pero también cada mundo es terrible, y entonces se burla de nosotros. Pensando en la risa, no puedo dejar de pensar en la mueca de las calaveras, en su constante burla a la vida. Esa mueca, ese mirar sin mirar y esa sonrisa espantosa, también la llevamos dentro, porque también somos de la materia inerte. Frente a la solidez de la materia, nuestra vida es tan fugaz y elusiva que nos parece sólo un disfraz de la muerte. Pero si es disfraz, es también juego, y el juego es movimiento y vigor y placer, y risa, pero risa desde la vida, muy diferente a la risa hacia la muerte.

3 - Temas a desarrollar

El compromiso del escritor. Ser un escritor "comprometido" se asocia normalmente a un compromiso social o político, y hay quien dirá que eso no está de moda. Sin embargo, ¿se puede escribir sin algún tipo de compromiso? ¿Y qué tipo?

Un tema que habrá que tratar en breve: las letras de las canciones del verano, levanta una manita, mueve la cadera, echa la cabeza a un lado, date media vuelta y vuelta a empezar, haz esto, haz lo otro, y todos a bailar: ¿nostalgia del fascismo o rito? Las letras de las canciones del verano desde un punto de vista literario.

Bombas

Las bombas empiezan a condicionar seriamente mi vida. Todo comenzó cuando me hice con unas cuantas bombas de la Segunda Guerra Mundial en una subasta, ejemplares de gran valor dignos de la vitrina de un museo. Antes de esto, ya me interesaban las bombas, pero (como suele suceder) el hallazgo estimuló aún más mi interés. Decidí ampliar la colección. Compré vitrinas para ir colocando mis bombas, pero pronto mi afán de coleccionista ocupó todo el espacio, y las bombas fueron repartiéndose por los cajones, los armarios, las mesas, las sillas y los rincones. Hoy, ya lo pueden ustedes ver, vivo totalmente rodeado de bombas, y debo caminar con cuidado para no tropezarme con ellas. Esta bomba de mi escritorio la compré porque estaba en oferta, las tres de los tiestos eran un 3X2, las del suelo son regalos, excepto esa tan bonita, la redonda, que la encontré en un remate. He pasado mucho tiempo las armerías, y casi siempre volvía con algo.

Sin embargo... últimamente ya no las frecuento tanto, y estoy tratando de no comprar más bombas. Tanta bomba empieza a ser un problema. El otro día abrí el armario para sacar una camisa, y cayeron de dentro por lo menos una veintena de granadas. Afortunadamente todas tenían el seguro bien puesto, y no estallaron, pero una me hizo un hematoma en el pie izquierdo, aparte del susto, naturalmente.

Incluso estoy pensando en mudarme de casa, abandonar aquí mi preciosa y peligrosa colección, y quizá llevarme tan solo mis piezas más antiguas y valiosas, mis queridas bombas de la Segunda Guerra Mundial.

Soy un escritor comprometido

¿Acaso puede uno negarse a hablar, ante tanta injusticia? ¿Debería uno escribir recluido en una torre de marfil? ¡Oh, pero sale tan caro el marfil!

Que no cunda el silencio, que se diga, que se oiga:

Que los árboles no saben llorar, aunque tengan sus motivos.
Que los gatos no reciben la instrucción necesaria para aprovechar adecuadamente sus superiores dotes artísticas.
Que el pez grande se come al chico, cuando debería comerse el pez bello al feo, el interesante al anodino, y el alegre al triste, para que el mar estuviera siempre lleno de maravilla.
Que las casas antiguas ya no pueden expulsar a sus fastidiosos amos creando ruidos de cadenas que se arrastran y gemidos de almas en pena. ¡Ya nadie escucha a las casas!
Que los sueños se vuelven amarillos y quebadizos como el papel viejo.
Que los recuerdos se nos vuelven imágenes rígidas, frías, incapaces de conmovernos, y así se nos va muriendo la vida.
Que ni el amor ni la amistad son capaces de crear la primavera a su alrededor.
Que el ciempiés nada ha hecho para merecer tantas patas.
Que las manzanas no suelen encerrar esmeraldas, ni las sandías rubíes.
Que la belleza no calma la sed, ni el hambre.
Que no existen suministros suficientes de poesía.

Que Dios, pese a todo, se niega a dimitir.

Reflexiones dominicales (III)

1 - Una semana perdida y otra casi

Hoy es otro día, hoy es más tarde, y no arrancan con facilidad estas reflexiones dominicales. ¿Quién dijo que hay que escribir con facilidad? Escribir es difícil porque vivir es difícil y todo es, en realidad, muy difícil. Cuándo algo parece fácil, es sólo porque hemos obviado cantidad de detalles. Debemos obviar esos detalles, claro está, pero eso no los elimina. La dificultad sigue ahí, y a veces nos pone zancadillas.

Por ejemplo, muchas veces se habla de alguien que, en un momento dado, ha elegido "el camino fácil", se ha rendido y se ha dejado caer por la pendiente, pero ¿quién nos dice que esa pendiente era fácil? ¿Se puede juzgar a la ligera la dificultad de dejarse caer y no presentar batalla, persistir en esa actitud y ya no volver a levantar cabeza, nunca más?

Todo es difícil...

Es difícil escribir cuando uno no sabe a ciencia cierta qué importancia puede tener escribir.
Es difícil vivir cuando uno no sabe exactamente para qué.
Es muy difícil empezar esta tercera entrega de las "reflexiones dominicales" confesando que el experimento que planteaba al principio, en rigor, ya ha finalizado, mucho antes de lo que esperaba.

Me cito a mí mismo:
Ir escribiendo, cada domingo, una serie de reflexiones.
Efectivamente, eso me proponía, y quizá alguien se haya dado cuenta de que el tercer domingo no hubo texto.

En rigor, digo, el experimento ha finalizado... ¡Pero sólo en rigor! Vuelvo a lo de antes: todo es difícil, y por eso, a veces, hay que olvidar ciertos detalles...

Y sucede además que los días se extienden más allá de sus fronteras habituales, y este domingo ya es un lunes disfrazado de domingo. Un lunes disfrazado de domingo por la más extraña de las circunstancias, porque es dos de mayo y un dos de mayo, hace muchos años, los madrileños salieron a la calle con cuchillos de cocina para plantar cara al pérfido y esdrújulo ejército invasor, o algo así. Por esa paradójica razón, la gente de Madrid se queda en casita hoy, como si fuera domingo. O se va a invadir tierras lejanas, con la intención de buscar climas más benignos, bañarse en la playa, hacer pic-nic, o vaya usted a saber. Y así, una revuelta popular se convierte, pasados los años, en una prolongación del domingo, y en una excusa para entregar tarde estas reflexiones.

Entregarlas tarde... si entrego algo. Porque es difícil hablar de la dificultad, pero más difícil aún es hablar de otra cosa cuando uno se tropieza ante la dificultad de decir cualquier cosa y que alguien se entere y le importe.

2 - Pero siempre hay una salida

O casi siempre, y si no, se inventa. Se puede eludir lo difícil, sin necesidad de lo fácil, recurriendo a lo imposible. Ciertamente, esto es algo que requiere grandes dosis de excentricidad, pero por suerte, uno no está del todo privado de tan grata virtud.

Así que recapitulemos. Uno se pone a escribir y lo primero es la dificultad, luego surge como alternativa la imposibilidad, y en ese momento necesitamos la excentricidad como punto de apoyo. Pero no vale una excentricidad fingida, sino la auténtica excentricidad, la locura incluso, la risa estentórea que asusta a los niños en el funeral del abuelo, y la locura bonita de quien se niega a cazar conejos porque prefiere pescarlos, y va al campo con su caña de pescar y su cesta, y se pasa horas y horas mirando los animalejos del bosque, y que, cuando los del pueblo se ríen de él y le preguntan (a la vuelta) cuántos conejos ha pescado (aunque es obvio que la cesta está vacía), sonríe y responde que ha pescado justo la cantidad de conejos que deseaba pescar. La excentricidad (o la locura) de quien sabe que si ese individuo pescara, por un azar del destino, algún conejo, algo tendría que pasar: la carne sabría a frambuesa, o encontraría un diamante en el estómago del animal, una piedra enorme que contendría un conejo minúsculo en el interior, un conejo vivo de diamante con conejos de diamante en su interior. Inventar domingos propios y modificar el curso de las semanas no es mucho para la excentricidad, y entonces ya se puede echar el anzuelo y esperar, y no dejar que la cordura perturbe la paz...

3 - La fantasía

Creo que es falso o al menos arriesgado afirmar (aunque podría afirmarse) que las invenciones de la fantasía nos asombran porque resultan extrañas al compararlas con la realidad. De hecho: ¿las comparamos con la realidad? De hecho: ¿qué sabemos de la realidad?
Puedo imaginar que veo un fantasma, que siento una presencia inexplicable, que los sucesos de mis sueños tienen consecuencias en mi vida diruna... Pero imaginar esas cosas, llamarlas "fantasía" y asombrarme; puedo escribirlas, llamarlas "literatura fantástica" y asombrar. Sin embargo, no creo que pueda imaginar que vea algo más extraño que el hecho de ver, o que sienta algo más asombroso que sentir, o que viva una aventura más prodigiosa que estar vivo. Sólo la costumbre, la misma que crea las facilidades, impide que me asombre continuamente de ver, sentir y vivir. Uno se queda un lunes en casa, o se va al campo a hacer un pic-nic, porque hace cientos de años la gente de una ciudad salió de sus casas con cuchillos de cocina, sartenes, rodillos, tenedores, cucharas soperas, sacacorchos, embudos, tostadoras, espumaderas, cazuelas, botellas y tetra-bricks para repeler a un ejército, y se queda tan tranquilo, para luego asombrarse de lámparas mágicas y alfombras voladoras.

Quizá la fantasía, al restaurar ese asombro que la costumbre roba a la realidad, sea más realista que la vida según la vivimos.

4 - Recapitulando temas

La dificultad, la imposibilidad, la excentricidad, la imaginación y el asombro: ¿no serán estos los grandes temas que se ha cuestionado la humanidad, cuando creía cuestionar a Dios, el ser, la nada o la muerte? Según se mire. ¿No es todo filósofo un excéntrico que busca a un hombre con su lamparita? ¿No es el asombro el que nos empuja a la tarea imposible de conocer? ¿No es la imaginación la que hace posible eso que es imposible?

Alegría

Es un hecho demostrado científicamente que la alegría puede suplir satisfactoriamente a la felicidad. No es lo mismo, ni otro grado de la misma cosa, ni otra manifestación de lo mismo: es algo completamente distinto, y, sin embargo, la alegría hace que no echemos de menos la felicidad ausente. Usted mismo puede comprobarlo: levántese todas las mañanas con alegría, haga sus cosas del día con alegría, y, si la alegría no es fingida, no tendrá necesidad de llorar al acostarse ¡garantizado!

Además, la alegría tiene ciertas ventajas que la hacen más recomendable que la felicidad. Para empezar, la felicidad, para qué vamos a engañarnos, viene y va sin que podamos hacer mucho para propiciarlo o evitarlo. La alegría, en cambio, podemos tratar de mantenerla pese a todo, ejercitarla todos los días, como ejercitamos un músculo: ¡uno dos uno dos! Por otra parte, la vida es continuo movimiento, y la felicidad es perezosa. La felicidad dice: ¡que no me muevan! ¡que estoy bien como estoy! Y la alegría dice: ¡arreando! Por eso, algunos que han creído inventar la rueda nos han identificado la felicidad total con la muerte, utilizando palabras sonoras como aniquilación ¡oh sabios! Pero quién afronta la muerte con alegría, qué vivo está aún.

Dejemos que la esquiva felicidad haga lo suyo, que pase por nosotros cuando tenga que pasar... sin darle mayor importancia... ¡y un poquito de alegría, leñe!

Pero también un poco de seriedad, ¿eh? que si no esto va a parecer una verbena.

El amor

El amor Lo más bonito del amor es que se ahorra espacio. Dos personas que se aman, bien juntitas, ocupan menos que cada una por su lado, y así nos queda más sitio a los demás. Aunque a veces en el Metro... ya se sabe, parecería que todos estamos enamorados, y no es así, ¡pero esa es otra historia!

¡Qué bello sentimiento, el amor! Sin el amor, señores y señoras, serían absolutamente imposibles las telenovelas, y Gustavo Adolfo Becquer hubiera escrito:
¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... es aquel de allá.


Si no existieran los amores imposibles, no nos interesarían tanto las cosas imposibles.

Sin el amor, gastaríamos menos desodorante... ¡viva el amor, viva el amor! (Patrocinado por la industria de la perfumería)

Si no hubiera amores que matan, moriríamos todos de gripe y cosas así...

Y, sobre todo, sin el amor no seríamos tan locos, y eso sí sería una desgracia.

Reflexiones dominicales (II)

1 - Sobre los resultados del primer domingo de mi experimento

De acuerdo con el carácter experimental de este escrito, la primera cuestión es analizar los resultados de la entrega anterior, y así seguirá siendo en entregas sucesivas. Según el planteamiento original (Reflexiones dominicales (I) - 1) los datos a considerar son las críticas recibidas al exponer mi escrito al público lector. Sin embargo, debo corregir este planteamiento, o mejor dicho matizarlo. Aparte de los comentarios que han hecho otras personas, consideraré mi propia lectura como dato adicional. Esto es sólo un matiz, pues la reacción de un autor ante la lectura de su propio escrito no deja de ser la reacción de un lector más, en ocasiones el más crítico.

La reacción del autor

Toda obra artística ha de tener unidad. Esta unidad puede significar cosas distintas según el tipo de obra (la unidad de acción que pediríamos a una novela, por ejemplo, no sería la misma unidad que pedimos a una obra pictórica, etc.). Dentro de esa unidad, según han convenido muchos expertos en materias estéticas, debe darse la variedad, siendo un requisito importante del estilo (necesario, pero no suficiente) la variedad dentro de la unidad. En el caso de estas reflexiones sin tema común, parecería que la variedad está dada en el planteamiento, mientras que la unidad es mucho más dudosa.
Lo cierto es que ya me había planteado esto antes de comenzar a escribir. Al no fijar una temática común para mis reflexiones, ¿de dónde vendría la unidad? Mi idea inicial era que la obra tuviera un tono uniforme, y por esa razón fijé el domingo como día para escribirla. El domingo tiene, a mi juicio, su propio tono, más que cualquier otro día de la semana. Al menos, yo soy especialmente sensible al tono pausado, a la atmósfera lánguida, a la pereza del domingo. Desarrollaré algo más esta idea en una reflexión aparte: de momento queda apuntada.
Como decía, esa era mi intención primera: el tono dominical, trasladado de mi ánimo a mis letras, unificaría esta serie de reflexiones. Sería el marco donde incluir la variedad que aportarían los distintos días (los domingos sucesivos) y mis diversas inquietudes: la vida que transcurre, en definitiva.

Por esta razón, consideré que quizá no sería necesario que mis divagaciones se ajustaran a un tema común. Sin embargo, releyendo las reflexiones que constituyen la primera entrega, sí encontré cierta unidad temática: no lo había planeado, pero ahí estaba. Estos tres apartados, tenían los siguientes títulos:
1 - Sobre estas reflexiones
2 - Sobre la muerte de Juan Pablo II
3 - La estética difusa
En principio, nada presagia que exista un hilo conductor, y sin embargo, podría haber titulado los apartados así:
1 - Lenguaje y literatura
2 - Persona y personaje
3 - Verdad y estética
Así, puede advertirse una relación entre las partes: una unidad en el conjunto. En los tres casos hay dos elementos: uno pertenece al campo del arte (literatura, personaje, estética), otro a la vida real (lenguaje, persona, verdad). Se puede decir, por lo tanto, que lo que hice fue analizar la relación entre el arte y la realidad. Que esto suceda sin que me lo haya propuesto, ¿es simplemente una casualidad? Quizá, pero creo que el hecho merece su propia reflexión.

He postergado dos reflexiones (acerca del domingo, acerca de la extraña coincidencia que acabo de señalar) para no alargar demasiado este primer apartado. De momento, sólo señalo que mis reflexiones dominicales apuntan, en su primera entrega, a una imprevista unidad temática.

La reacción de los lectores

Imagino que cualquier obra literaria debe resignarse a suscitar una reacción que no depende únicamente de sus propios méritos. A menudo influyen el capricho, las modas, la idea previa que el público y la crítica tengan del autor (si tienen alguna), los intereses de la industria editorial, etc. Ni siquiera cabe esperar que la obra sea juzgada con ecuanimidad cuando ha pasado mucho tiempo: o bien la obra se ha olvidado (y entonces no es juzgada en absoluto) o se ha convertido en un clásico, y esto provoca un prejuicio en el lector, por el prestigio que ha adquirido dicha obra. En el caso que nos ocupa, el de un autor inédito, la cuestión no es muy diferente. El público lector se reduce, por lo general, a personas más o menos conocidas por el escritor, y que por lo tanto tendrán habitualmente un prejuicio a favor o en contra del mismo.
Dicho esto, creo que el mejor sistema que uno puede adoptar frente a las críticas es, en caso de duda, considerarlas justas e imparciales, como si dependieran sólo de los méritos de la obra y las diferentes sensibilidades de los lectores. No merece la pena distinguir entre críticas parciales e imparciales precisamente porque siempre serán del primer tipo. De momento haré como si perteneciesen al segundo porque no me interesa juzgar los prejuicios de mis lectores, sino los méritos de mi obra.

Publiqué la primera entrega de estas reflexiones en una página de Internet donde varios autores cuelgan sus textos y los lectores (en la mayoría de los casos, los mismos colaboradores) pueden dejar comentarios a cada texto.
Estos comentarios son la clave para juzgar el éxito de cada texto. No hay manera de saber el número de lecturas de cada texto, de forma que la cantidad de comentarios sería la mejor aproximación. Aparte de la cantidad, puedo considerar la calidad de los comentarios: si son buenas o malas críticas.

Hablaré primero de la cantidad:
En el caso que nos ocupa, el texto recibió diez comentarios, dos de ellos repetidos (seguramente a causa de problemas técnicos): ocho personas comentaron el texto, por lo tanto. Para comparar, veamos cuántos comentarios recibieron los diez últimos textos que he colgado en la misma página:
(Nota: excluyo dos textos que no son realmente literarios, sino comentarios sobre el funcionamiento de la propia página web, y mis reflexiones dominicales)
Negro (relato breve): 20 comentarios
Billete herido (reflexión): 11 comentarios
Leyendas del dios patudo: la araña y el misionero (relato breve): 7 comentarios
Habrá que hacer algo (poema): 7 comentarios
Tambores de guerra (relato breve): 7 comentarios
Rebeliones, elevaciones y demás pataletas (relato breve): 7 comentarios
Época contradictoria (reflexión): 4 comentarios
Pájaro (relato breve): 4 comentarios
Ajedrez (relato breve): 3 comentarios
Las voces (relato breve-prosa poética): 2 comentarios
La media de comentarios es, por lo tanto, 7,2. Mis reflexiones dominicales están un poco por encima de la media en cantidad de comentarios, y puede conjeturarse que también en cantidad de lecturas. Puede considerarse que el texto ha tenido un éxito discreto, juzgando según este criterio.

En cuanto a la calidad de las críticas, la mayoría son bastante positivas, algunas de ellas incluso entusiastas, y ninguna negativa. Sólo se me reprocha que escriba reflexiones dominicales, siendo el domingo un día para descansar: acerca de esto, ya aclaré que confiaba en que el ambiente dominical aportara unidad a mi escrito. Otro lector me comentaba que podría ampliar la segunda reflexión (sobre la muerte de Juan Pablo II): quizá lo haga aún.
Ya dije que consideraría las críticas como si fueran imparciales, aún sabiendo que no pueden serlo del todo. Si no fuera por eso, podría deducir que tengo unos amigos muy majos y generosos, pero no: mi deducción es que “Reflexiones dominicales (I)” gustó.

Conclusiones

La primera conclusión de mi análisis de los resultados del experimento la está leyendo el amable lector. Ya dije que abandonaría el experimento cuando la gente empezara a aburrirse de leerme. Ya que la primera entrega fue bien recibida, he aquí la segunda.

Esa primera conclusión es consecuencia de la reacción de los lectores. ¿Qué conclusiones puedo deducir (o por lo menos aventurar) de la imprevista unidad en los temas de mis primeras reflexiones? Como ya dije antes, esto merece una reflexión aparte:

2 - Sobre las relaciones entre arte y realidad, y cómo este tema invade mis reflexiones dominicales

Ya he planteado en el apartado anterior el hecho que trato de analizar, y además he aventurado una primera hipótesis que lo explicaría: la casualidad. La consistencia de esta hipótesis podrá juzgarla el lector. Se trata, sencillamente, de una cuestión probabilística. Dadas tres divagaciones dominicales cualesquiera, ¿cuál es la probabilidad de que todas tengan un tema común?
¿Sencillamente una cuestión probabilística, dije? “Probabilística” quizá, pero no sencillamente. La pregunta que planteaba en el párrafo anterior no es nada fácil de contestar. Ni siquiera es fácil determinar exactamente de qué estamos hablando cuando decimos que el tema de las reflexiones es común. Se podría decir que, dadas n reflexiones, siempre habrá un tema común, en el peor de los casos serían “reflexiones acerca de algo”. La probabilidad que cuestionamos depende de lo concreto o lo amplio que sea el tema que une las divagaciones. Obviamente, “las relaciones entre arte y realidad” es un tema mucho más concreto que “algo”, pero sigue siendo bastante amplio.
Queda, pues, planteada la hipótesis, pero poco más se puede decir para confirmarla o refutarla.

Lo que sí se puede hacer es considerar otras posibilidades.
Por ejemplo, que el tema en cuestión sea bastante importante para el autor, de manera que, aún dejando que las ideas lleguen solas a su mente sin ningún plan previo, un mismo tema se repita una y otra vez, porque es algo que está ahí, en la mente del autor (en mi mente) siempre o casi siempre, en un estado más o menos latente. Esta explicación tiene dos méritos: es sencilla, y no deja de tener algo de cierto. El tema me importa, y mucho. Como escritor, trato de crear, como persona trato de vivir; como ambas cosas, trato de vivir (lo más intensamente posible) la creación, y crear o recrear la vida. En fin, vivo la literatura (en estos momentos, vivo a través de Thomas de Quincey las aventuras de los tártaros huyendo de la zarina) y también quiero trasladar mi vida a la literatura, quiero que mi vida sirva para crear literatura (en estos momentos, obviamente, trato de hacer literatura con mis divagaciones dominicales). No es tan extraño, pues, que escriba tres reflexiones acerca de las relaciones entre arte y realidad, incluso sin haberme planteado hacerlo.

No es, sin embargo, suficiente esta explicación: otros muchos temas me ocupan y me interesan. Adoptaré otro punto de vista para tratar de buscar más pistas que aclaren la cuestión. Hasta ahora he considerado las tres reflexiones como sucesos independientes, y en gran medida lo fueron. Sin embargo, surgieron seguidas, en un intervalo de tiempo bastante limitado, y esto también puede ser importante.
La primera reflexión, la que introduce esta serie de reflexiones, trataba de la literatura y el lenguaje. Que empiece hablando de la literatura es bastante normal, pues una vez que me he propuesto escribir sin ningún planteamiento previo, que el primer tema sea el hecho que tengo más a mano, el hecho de estar escribiendo un texto con pretensiones literarias, no tiene nada de sorprendente. Sobre todo porque es una ocupación de lo más extraña. El arte, en general, es una ocupación extraña: se ha estudiado por activa y por pasiva, se han desarrollado mil teorías para explicar sus propósitos y sus reglas, pero jamás se han podido desvelar sus secretos. La literatura es aún más extraña pues dentro de las bellas artes es un caso bastante raro. Podemos explicar el efecto de la pintura, por ejemplo, o la música, con el concepto de belleza. La belleza, según se experimenta al contemplar un cuadro o al oír una pieza de música (o al ver una puesta de sol) es una respuesta inmediata del individuo a cierta forma de disponer un conjunto de estímulos sensoriales: los colores en el espacio, los sonidos en el tiempo. A eso nos referimos cuando decimos que un cuadro, por ejemplo, es bello. No necesita significar nada, la belleza, en este caso, es algo que se percibe con los sentidos y no con la razón. ¿A qué nos referimos, en cambio, cuando decimos que un poema es bello? El disfrute de un poema no es, ciertamente, sensorial. No es que apreciemos las formas de las letras en el papel. Un poema leído en voz alta puede parecernos “musical”, y podemos decir que los sonidos de los que se compone son bellos. ¿Es éste el valor que encontramos en un poema? No lo creo. Como música, el poema más musical palidece si se compara con una pieza de Beethoven, por ejemplo. Lo importante de las palabras es su significado (propongo un experimento: tómese el poema más musical que conozcamos, cámbiese cada palabra por otra que no signifique nada pero que no varíe mucho en el sonido, ¿qué quedará del poema tras esta mutación?). Es en el significado donde encontramos la belleza, y esto me parece misterioso. Todo esto me lleva a plantearme la naturaleza del lenguaje y sus capacidades estéticas, el segundo término que considero en mi primera reflexión dominical. Y todo esto, a mi juicio, explica satisfactoriamente por qué ese fue el tema que elegí en primer lugar.
Después reflexionaba acerca de la muerte de Juan Pablo II (acontecimiento que ha dado mucho que hablar en los medios de comunicación), y me preguntaba si debía considerarle como persona o como personaje. La idea no es que sea muy novedosa, pero lo que cuestiono ahora no es la idea en sí, sino el hecho curioso de que esa idea tenga muchos puntos en común con la que me acababa de plantear unos minutos antes. Quizá esto se deba a que el pensamiento es un continuo, y no pasamos de considerar una cuestión a considerar otra sin transición, sino que necesitamos un hilo conductor. Al fin y al cabo, alguna razón tiene que haber para que surja una idea y no otra, y en ausencia de un estímulo externo que desvíe nuestra atención de lo que estábamos planteando hacía un momento, quizá sea lo más natural que relacionemos (en este caso inconscientemente) los temas que vamos tratando.
En tercer lugar, recordaba un libro que había intentado leer, precisamente un libro que trata de la estética pero que además plantea una relación entre la estética y la vida, como había hecho yo en las reflexiones anteriores. De nuevo, ¿es de extrañar que precisamente me acordase de ese libro y de ese planteamiento, justo en el momento en el que estoy planteando ideas muy similares? Ignoro qué mecanismo usó mi mente para traer ese recuerdo preciso en ese preciso instante, pero seguramente la asociación con otros temas que acababa de tratar fue un factor que intervino en el proceso.

Sea como fuere, sucede que mis divagaciones dominicales han tratado hasta ahora de un mismo tema, las relaciones entre arte y realidad, o vida y belleza, o estética y... En fin, ¿acaso hoy he hablado de otra cosa? Quizá sea el destino de estas reflexiones convertirse en una sola reflexión acerca de ese tema, ¿quién sabe? No era mi intención, pero ya dejó escrito Borges que las intenciones de los escritores son, a menudo, lo menos importante (creo que hablaba de Nathaniel Hawthorne, y su intención de moralizar con los extraños y maravillosos cuentos que escribió).

3 - Sobre el domingo (y sobre la noche del domingo)

Entre otras cosas, el día ha ido pasando por estas páginas. Escribo lentamente, pues es domingo y los domingos son días que no invitan a la prisa. También, quizá, porque soy un escritor lento... En fin, las horas han ido pasando (son las nueve) y lo que empezó siendo una tarde de domingo ya es una noche de domingo. Que entre también la noche en estas páginas, pues. Ahora, como he anunciado, toca hablar del domingo, de su atmósfera especial, o de lo que yo percibo como su atmósfera especial. Antes de eso, quería dejar anotado ese suceso tan cotidiano, tan normal, y tan misterioso: ha caído la noche; la ciudad se ha convertido en una constelación de ventanas luminosas y el cielo, imitándola, muestra sus estrellas (en realidad, está nublado, pero ¡por favor! ¡permítanme que poetice un poco!); el mundo se ha llenado de sombras y misterios... No me importa que los fantasmas de la noche invadan mis letras ¡al revés, les invito a hacerlo! Que me cambien de lugar las comas y las preposiciones. ¡Adelante! Quizá tenga algo bueno ser un escritor lento, si las horas enriquecen el texto.

Volvamos al domingo, al día entero y no sólo la noche. Ya he adelantado que es un día que no invita a las prisas. Por cierto que esto me recuerda un ensayo que he leído hace poco, de Thomas de Quincey (sí, el mismo de los tártaros). En ese texto se disculpaba por la prisa con la que se veía obligado a escribirlo. Afirmaba que la prisa podía perjudicar el estilo, pero que quizá fuera también una ventaja a la hora de escribir acerca de un tema que ya había meditado previamente, pues le obligaba a sintetizar el tema y reducirlo a sus ideas fundamentales. Mi caso es el contrario: no hay ninguna prisa, tampoco hay ningún tema que tenga que agotar. No tengo ideas fundamentales, ni nada que se le parezca. El domingo relaja las categorías. En cuanto al estilo, tengo todo el tiempo del mundo para elegir las palabras... sin que ello signifique que espere superar a un De Quincey apresurado: sigue habiendo categorías, relajadas pero categorías al fin y al cabo.
En fin, el domingo es un día sin prisas. Un día para divagar, para dar rodeos sin necesidad de discriminar entre lo que es fundamental y lo que no lo es, pues también es un día sin obligaciones. Es un día para descansar, como me recordaba un lector, pero también es un día para ocuparse de minucias.

El domingo tiene su precedente mitológico. Según la mitología judeocristiana, hubo una primera semana que inició la larga serie de semanas que llamamos tiempo. Esa semana sucedió lo siguiente: de lunes a sábado, Dios creó el mundo, puso cada cosa en su sitio, asignó a cada ser su finalidad; el séptimo día, Dios descansó. Algo debió pasar ese primer domingo, mientras Dios descansaba. Precisamente, debieron relajarse las categorías, como decía antes. Si cada cosa estaba en su lugar, si todo tenía su finalidad, ¿por qué se mezcló todo, porque el mundo se nos presenta sin ninguna finalidad, sin orden preestablecido? Algo debió pasar...

4 - Sobre las oportunidades perdidas

Si hubiera recibido una educación científica suficiente, podría haberme dedicado a escribir manuales de divulgación con gran éxito de público y crítica. Atraparía a los lectores con mi esmerado y ameno estilo, y convencería a los expertos más puntillosos con mi rigor. Una vez conseguido esto, ya podría empezar a inventármelo todo. Mis cándidos lectores aprenderían por qué las cosas caen hacia arriba, y se asombrarían con el delicado vuelo del hipopótamo.

Pero no, estudié una carrera técnica y aquí me tienen escribiendo reflexiones dominicales...

Las voces

Pes sí, las voces. Yo soy un mandado, a mí las voces me van poniendo los títulos, esas mismas voces que saltan, brincan y rebotan en mi cabeza y me dicen:
Escribe
escribe
escribe...

La voz

La voz que se desdobla en las voces, no sólo en las que saltan, brincan, rebotan y me ponen los títulos, sino también esas otras voces, las voces que oímos, los gritos, los susurros, las palabras... Todo lo que nos trasmiten las voces, los infinitos matices de una voz amiga y...

El misterio de una voz al teléfono

Sí. Los infinitos matices de una voz amiga, y el misterio de una voz al teléfono, pero ahora tengo que hablar sólo de lo segundo.

Esa voz que oímos al teléfono y es misteriosa porque nos gusta, pero no sabemos por qué nos gusta.

Poco importan las palabras

No me conoces...
Me ha dado tu número...
¿Es a las ocho?...
Te bajas del tren en Alcobendas-San Sebastián de los Reyes...
Verás una comisaría...
Sí, la Casa de las Asociaciones...
Pregunta por...

Y lo que realmente importa es la voz, es lo que te llama a ese extraño lugar: la Casa de las Asociaciones.

Y andar buscando una voz

Y andar buscando una voz en un laberinto de calles. Y tardar una hora en darte cuenta de que ese laberinto se llama San Sebastián de los Reyes, cuando debería llamarse Alcobendas...

Y esa voz perdida

Perdida entre las voces, y alrededor una opaca niebla de ladrillo, un turbio atardecer aturdido por el terco viento, una cacofonía de cacos y mercerías, y ferreterías, y pescaderías, y unos cuantos perros, y algún gato.

Y llegar

Tarde. Siempre tarde.

Y que siempre tengas que hacer lo que te dicen las voces

Ya te digo.

LEYENDAS DEL DIOS PATUDO: La araña y el misionero

Creo recordar que fue un ácaro quien me contó la siguiente leyenda:

Un día, el misionero paseeaba por el bosque cuando se encontró con la araña. Dijo el misionero a la araña:

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza.

La araña miró al misionero y se dijo:

He aquí un hombre: la imagen y semejanza de Dios.

Después, la araña volvió su atención a sí misma, y, asombrada por sus abundantes patas, las contó con parsimonia:

Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho. Ocho patas.

De nuevo, miró al misionero para contar sus patas:

Una, dos. Sólo dos patas.

Volvió a contemplar sus patas. Se dijo, orgullosa:

Tengo más patas que Dios.

Pero Dios había oído las palabras del misionero, y también había oído los pensamientos de la araña. Ya le había enfurecido el comentario del hombre, que le reducía a un mero bípedo, pero la soberbia de la araña era la gota que colmaba el vaso de la Ira Divina. Decidió castigar a los insolentes.

Entonces, Dios elevó sus infinitas patas, y las dejó caer, todas a la vez, sobre la araña y el misionero. Después, les pisoteó un poco más.

Desde entonces, las arañas tejen sus telas para hacerle calcetines a Dios, y cantan las alabanzas de las infinitas patas de Dios haciendo:

ñiñiñi
ñiñiñi
ñiñiñi


Desde entonces, los misioneros no se hablan con las arañas.

Reflexiones dominicales (I)

1 - Sobre estas reflexiones

Las razones del experimento

¿Por qué escribir unas reflexiones dominicales? En realidad se trata de un experimento. Un experimento literario bien simple: escribir lo que sea, sin buscar un gran planteamiento, sin esperar indefinidamente a la musa redentora, y ver qué sale. No se trata de un intento a la desesperada, pues hay una idea (o quizá una excusa) de fondo:

Creo que el escritor es, en gran medida, un aprovechado, y de lo que se trata es de aprovecharse

Me explico:

La literatura, como arte, busca un efecto estético. Si a veces logra ese efecto, es mi opinión que la mayor parte del mérito no es del artista, sino más bien de una cantidad de artistas que fueron inventando el idioma. Creo, en definitiva, que el lenguaje tiene en sí mismo cierta tendencia a la literatura, y que el escritor sólo tiene que dejar que las palabras se ordenen por si solas, y estar atento al hallazgo. Naturalmente, tengo mis razones para creerlo:
1 - A veces me pasa, cuando me pongo a escribir
2 - A veces me pasa, cuando no me pongo a escribir: con cierta frecuencia, uno puede hallar calidad literaria en una frase oída y seguramente dicha al azar, o en un error de imprenta, o en una lectura descuidada
3 - Tengo una fe ciega e insensata en esta capacidad del lenguaje; sé que esta no es una razón muy razonable, pero, para qué engañarme, es la más importante

El desarrollo del experimento

Se trata, pues, de escribir, y para facilitar la tarea tengo que elegir un tema. No perderé el tiempo buscando algo genial, pues esta búsqueda, ya se sabe, puede durar años. No conviene una demora tan larga, dada la naturaleza experimental, y por lo tanto provisional, de lo que voy a escribir. Necesito un tema cualquiera, con el único requisito de que me permita escribir lo suficiente para obtener unos resultados significativos. Como no tengo ni idea de cuánto ha de ser suficiente, elegiré un tema que me permita escribir mucho. No se me ocurre nada mejor que tratar de dar forma a algunas de esas ideas que rondan la mente en una tarde ociosa de domingo.

El resto es simple:
Ir escribiendo, cada domingo, una serie de reflexiones.
Exponerlas al público acompañadas del consabido castañeo de dientes y consumo de uñas propias.
Esperar las críticas, que serán los datos del experimento. Consumir abundante tila.
Finalizar el experimento cuando la gente se aburra.

2 - Sobre la muerte de Juan Pablo II

La noticia ha afectado a mucha gente de formas muy diversas. A mí mayormente me ha planteado dudas.

Primera duda: ¿Cómo debería sentirme? Según los periodistas iban aportando datos nuevos acerca de la agonía de un hombre, mi ánimo no se decidía entre la pena y la indiferencia. La indiferencia ante la muerte de un semejante es algo duro de asumir, pero no deja de ser necesaria: muere demasiada gente.

Segunda duda: ¿Quién fue este hombre, del que nos dijeron hace algunos días que se estaba muriendo, y luego nos dijeron que se había muerto? ¿Hombre? ¿Fue una persona, o un personaje? Recuerdo que Borges tenía un problema análogo, sólo que el suyo era un problema de tigres, no de papas. En un poema, hablaba de un tigre que, por el mero hecho de mencionarlo no podía ser ese tigre que, por el mero hecho de mencionarlo no podía ser el tigre real que diezmaba, creo, manadas de búfalos. Yo no sé si el papa que veo por la televisión puede ser ese otro papa que es un ser real, por el mero hecho de verle por la televisión. Unos dicen que fue un gran hombre, otros que fue un hombre retrógrado, pero quizá fue sólo una coreografía, una construcción de sabe Dios (en este caso, con más razón lo sabe) qué creadores de imágenes. Y del hombre real, aquel que (dicen) ha muerto, quizá no sepamos nada.

Si ha muerto un personaje, la primera cuestión es otra muy distinta. Naturalmente, el hecho me afectará más o menos, según la pericia de los que han construido la ficción.

3 - La estética difusa

Hay libros que me llegan de rebote, y quizá no me estén destinados en absoluto. Los caminos de la literatura son inescrutables, dicen. En este caso ni siquiera se trata de literatura, o al menos es dudoso que se trate de literatura. Es la Historia de la estética de un tal Sergio Givone: un libro que apenas me sirvió para una asignatura universitaria que ni siquiera tenía nada que ver con lo que estudio. Se trata de un manual denso e indescifrable para mí. Apenas me he atrevido con el primer capítulo, y sin embargo he vuelto una y otra vez a hojear el libro, y todo por una idea que me ha resultado atrayente y me ha dado que pensar: el autor relaciona lo que llama estética difusa (la creciente “estetización” de la vida, la sociedad del espectáculo y la imagen) con la crisis del arte, y con la idea romántica de que lo bello es de alguna manera equivalente a la verdad. Nuestra sociedad sería el resultado del ideal romántico dado la vuelta, es decir, algo así como la cara oculta del ideal: si para los románticos la belleza podía exponer de alguna manera la verdad, para nosotros directamente es garantía de verdad: creemos aquello que nos presentan estéticamente. En realidad, la estética acaba sustituyendo a la verdad.

Una idea inquietante, sin duda. Perversa, pero también inquietante. Si llevamos esta estetización de la vida a sus últimas consecuencias, acabaremos en una bellocracia. Algunos tenemos razones para temer una bellocracia.

Habrá que hacer algo

Ya ven, que me ha dado por la poesía, ultimamente...

Habrá que hacer algo al respecto.
Tantos peces que nos atormentan
en el fondo del sueño.
Esos peces hechos de miedo,
de palabras confusas,
de actos indescifrables,
y de pez, mismamente.
Pero de pez soñado y misterioso.

Habrá que hacer algo al respecto.
Tantas personas sin cara
que se obstinan en llenar autobuses.
Gente difusa, indecisa,
hecha de estadísticas,
de vagas generalidades,
y de gente, mismamente.
Pero de gente distante y borrosa.

Tendremos que hacer algo
para que no inquieten nuestras mañanas
recuerdos incompletos de la noche,
cosas vistas y no vistas,
hechas de licores y bruma,
de olvidos y vacíos,
y de recuerdos, mismamente.
Pero de recuerdos que no recordamos.

Algo habrá que hacer al respecto.
Con los cocodrilos fantasmales
que acechan en las cañerías;
con los duendes que nos avisan
“no te tomes ese café, o morirás”
(cuando ya hemos bebido)
y con tantos otros seres
que nos causan vagas inquietudes,
algo habrá que hacer.

Algo habrá que hacer.
Se me ocurre escribirlos.
No sé si será bastante.

Billete herido

Billete herido Pobre billete herido, que yace en un charco de su propia sangre, un charco de monedas de céntimo y de 2 céntimos, y de 5 céntimos, monedas destinadas a los recovecos del sofá y al olvido, y ese billete de diez euros que, partido por la mitad, nos hace pensar en la muerte.

No sé si me lo cambiarán en el banco, no sé si me lo aceptarán en la tienda, no sé... ¿Qué tiene que pasarle a un billete para que pierda su valor?

Un billete es como una persona, tiene un cuerpo de papel, y un alma que es puro símbolo. Para el poeta, todo es símbolo de otra cosa. El dinero nos hace a todos poetas, porque siempre es símbolo de otra cosa. Es símbolo de tantas cosas que se pueden comprar con él, de tantas horas humanas, de bienes y servicios, de cosas concretas (como naranjas y calabacines y ruedas y tornillos) y del poder y de otras cosas abstractas.

Al dinero se le reprocha que no pueda ser (también) símbolo de la felicidad. Tan justo es eso como reprochar a la palabra "gato" que no alcanza para hablar (también) de los perros.

Es símbolo de símbolos, el dinero, y es símbolo de nosotros, y por eso nos pone melancólicos contemplar a un billete herido...